La lucha contra la pena de muerte
Entre los que trabajan contra la pena de muerte se
encuentran algunas de las personas a las que esta pena supuestamente ayuda:
víctimas de crímenes y familiares de víctimas de crímenes. Al hacerse cada vez
más evidente que la pena de muerte no tiene un efecto disuasorio superior al de
otras formas de castigo, los que propugnan su uso han empezado a afirmar que es
necesaria para ayudar al proceso de recuperación de las familias de las
víctimas. Es cierto que algunos familiares de víctimas de asesinato encuentran
consuelo en este tipo de castigo. Pero muchos otros no. Algunos familiareshan
afirmado que la ejecución del asesino les hace más difícil aceptar la pérdida
de su ser querido.
"Antes, mis puntos de vista sobre la pena de muerte y
las ejecuciones eran exactamente los mismos que los de cualquier filipino...
[los criminales] merecen morir. Pero todas mis ideas sobre las ejecuciones
cambiaron cuando me dieron la oportunidad de asistir como observadora a
un foroauspiciado por la rama filipina de Journey of Hope".
Estudiante del centro de estudios superiores, de Siena, Filipinas.
En Estados Unidos, por ejemplo, un número reducido pero
creciente de familiares de víctimas de asesinato se están manifestando en
contra de la pena de muerte, diciendo que no ofrece ninguna solución a sus
tragedias personales. En 1998, una delegación del grupo estadounidense Journey
of Hope... From Violence to Healing (El camino de la esperanza: De la violencia
a la curación) viajó a Filipinas con el objetivo de sensibilizar a
la opinión públicarespecto a los argumentos contra la pena de muerte en un
momento en que el gobierno filipino estaba considerando poner fin a la
suspensión de las ejecuciones. El viaje lo organizó una coalición de
organizaciones no gubernamentales, entre ellas el Grupo de Asistencia Letrada
Gratuita y la Sección Filipina de Amnistía Internacional.
La delegación visitó a presos condenados a muerte y a sus
familias, concedió numerosas entrevistas a los medios de
comunicación, tomó parte en debates radiofónicos y televisivos en directo, se
entrevistó con autoridades religiosas y de otra índole y mantuvo acalorados
debates con grupos anticrimen que abogan por la pena de muerte.
Muchas personas que antes estaban a favor de la pena de
muerte afirmaron que habían cambiado de idea después de entrar en contacto con
la delegación. Por desgracia, al final del año el gobierno anunció que a
principios de 1999 se reanudarían las ejecuciones en Filipinas. Había más de
ochocientas personas condenadas a muerte en el país.
Una delegación del grupo estadounidense Journey of Hope...
From Violence to Healing, que visitó Filipinas en 1998 para hacer campaña
contra una propuesta de reanudación de las ejecuciones en el país, consuela a
la madre de Leo Echegaray, que estaba condenado a muerte. © AI
Innumerables defensores de los derechos humanos y otro tipo
de activistas también hacen campaña contra la pena capital promoviendo los
argumentos en contra de este castigo y apelando en favor de personas condenadas
a muerte o que se encuentran en peligro de ejecución inminente, pidiendo el
indulto, la conmutación o un nuevo juicio. Todos los años esas apelaciones
consiguen que se elimine alguna amenaza de ejecución.
Sakae Menda, absuelto en 1983 tras pasar 34 años condenado a
muerte en Japón. Desde su absolución ha hecho campaña contra la pena de muerte.
© Asahi Shimbun
Por ejemplo, se supo que en la India en 1998 las
condenas de muerte impuestas a Gantela Vijayavardhana Rao y Satuluri Chalapathi
Rao habían sido conmutadas por otras de cadena perpetua por el presidente
indio. Amnistía Internacional se había unido a las organizaciones no
gubernamentales nacionales en sus llamamientos en favor de los dos hombres
desde que fueron condenados a muerte en septiembre de 1995 por un asesinato
cometido en 1993. En Pakistán, a Roop Lal, que había estado veinticinco años recluido
en régimen de aislamiento en una celda de la Prisión Central de Sahiwal, le
conmutaron su condena de muerte por otra de cadena perpetua. En Bielorrusia la
Corte Suprema falló a favor de la apelación de F. Verega y conmutó la sentencia
de muerte que le habían impuesto por asesinato en junio de 1997 por otra de
quince años de prisión. Se recibieron informes según los cuales en los Emiratos
Árabes Unidos el Tribunal Supremo de Dubai había devuelto los casos de Rabi'
Ghassan Taraf y Ryan Dominic Mahoney al tribunal de apelaciones para que
celebrase un nuevo juicio. Los dos hombres habían sido declarados culpables de
cargos relacionados con las drogas y condenados a muerte en noviembre
de 1997.
Los esfuerzos de los activistas no sólo han salvado vidas.
También han contribuido a suscitar en muchos países un clima moral y
político que ha tenido como resultado la abolición permanente de la pena de
muerte
La pena de muerte: una afrenta a la humanidad.
No puedo creer que para defender la vida y castigar al que mata,
el Estado deba a su vez matar. La pena de muerte es tan inhumana como el crimen
que la motiva.
Eduardo Frei, presidente de Chile.
La vida de Saba Tekle terminó de una forma aterradora.
Estaba en la puerta de su apartamento de Virginia (Estados Unidos) cuando un
joven al que no conocía, Dwayne Allen Wright, le ordenó a punta de pistola que
se quitara la ropa. Ella empezó a desnudarse y luego intentó huir. Momentos
después había muerto de un disparo en la espalda. Tenía 33 años, era
de nacionalidad etíope y estaba trabajando en Estados Unidos para
ganar dinero y enviárselo a sus tres hijos, de 14, 12 y 5 años de
edad, que aún viven en Etiopía. Toda la familia, incluida su hermana, que oyó
cómo la mataban, quedó destrozada. Nueve años después, al asesino lo llevaron a
una cámara de ejecución y le aplicaron una inyección letal. Para los
partidarios de la pena de muerte se había hecho justicia y la ejecución había
sido la conclusión apropiada de un brutal asesinato.
Charlie y Charles Williams protestan contra la pena de
muerte en Houston, Estados Unidos, en 1998. © AI
Un análisis más pormenorizado del caso indica, no obstante,
que la «conclusión apropiada», la ejecución, fue en sí misma un brutal
asesinato. Dwayne Wright creció en un ambiente de
extrema pobreza en un barrio marginal de Washington d.c. Desde el
mismo día de su nacimiento estuvo rodeado de violencia: delitos relacionados
con las drogas, disparos, asesinatos. Cuando tenía cuatro años su padre
fue encarcelado y él se quedó solo con su madre, que padecía una enfermedad
mental y solía estar sin trabajo. Cuando tenía 10 años, su hermanastro, al que
adoraba, fue asesinado. Después de eso, Dwayne empezó a sufrir problemas
emocionales graves. Iba mal en la escuela. Lo ingresaron en centros de
detención para menores y en un hospital, donde recibió tratamiento para una
«depresión grave con episodios psicóticos». Valoraron su capacidad mental
como «en el límite de la deficiencia» y su capacidad de expresión oral como
«retrasada». Los médicos hallaron indicios de daño cerebral orgánico.
Un mes después de cumplir los 17 años, inició una oleada de
delitos violentos que duró dos días y culminó en el asesinato de Saba Tekle. Lo
detuvieron al día siguiente y confesó de inmediato. La sociedad le había
fallado a lo largo de su corta vida. Y esa misma sociedad lo condenó a muerte.
La «conclusión apropiada» de su crimen exigida por el Estado
tuvo lugar en Virginia el 14 de octubre de 1998. En general, cuando alguien va
a ser ejecutado mediante inyección letal en Estados Unidos sabe que se acerca
su momento final cuando los guardianes abren la celda en la que el condenado
pasa la noche antes de ser ejecutado. Se desnuda al preso. Se le coloca en el
pecho un mecanismo de control del corazón diseñado por los
médicos para salvar vidas, no para destruirlas. Luego se le entrega una ropa especial
que debe ponerse antes de ser conducido a la cámara de ejecución, rodeado de
funcionarios y no de sus familiares o amigos, que deben permanecer bajo
vigilancia en una habitación aparte. Lo atan a una camilla por el pecho, las
piernas y los brazos, para que no pueda moverse. Un profesional de la salud
oculto tras una pantalla verifica que el equipo de control del corazón funciona
debidamente. Se insertan una o dos vías en una vena. Normalmente, unos minutos
antes de que el veneno fluya, todo el mundo abandona la cámara y el preso se
queda solo.
Un periodista relató lo que él y los familiares del
condenado vieron desde la sala contigua cuando Dwayne Wright fue ejecutado. La
sonda intravenosa se movió un poco, indicando que la primera jeringuilla había
sido activada y había inyectado un producto químico que provoca la
inconsciencia. Un segundomovimiento del conducto indicó que había entrado
un compuesto químico destinado a interrumpir la respiración. «El pecho y
el estómago subieron y bajaron violentamente una y otra vez. Después cesaron
las sacudidas. Por el conducto intravenoso cayó la dosis final que completaría
el preparado mortal, un compuesto químico destinado a detener el corazón.» Unos
minutos después un médico certificó la muerte de Dwayne.
Es difícil comprender de qué forma pudo ayudar esta
«conclusión apropiada» a curar la desolación de la familia de Saba Tekle. Lo
que es indudable es que un verdadero interés por sus familiares
debería haberse concentrado en proporcionar apoyo material y moral para
ayudarles a sobrellevar su trágica pérdida.
La historia de Saba Tekle y Dwayne
Wright muestra que matar es siempre un acto abominable. El asesinato
de Saba fue brutal, aterrador y destructivo para su familia. El asesinato de
Dwayne a manos del Estado fue brutal, aterrador y destructivo para la suya. Los
dos tipos de homicidio tienen un efecto embrutecedor sobre la sociedad. Los dos
son condenables.
La pena de muerte no resuelve el problema del crimen.
Algunos gobiernos argumentan que la pena de muerte es
necesaria en sociedades atemorizadas por los delitos violentos. La pena máxima
es necesaria, dicen, para disuadir a otros de cometer crímenes similares, y
para dar respuesta a los sentimientos de las víctimas del crimen y de sus
familiares imponiendo un castigo proporcional al delito cometido.
El director del Centro Penitenciario de Hattieville, Belice,
muestra cómo se usará la soga © Saul Lehrreund
Esos gobiernos están simplemente eludiendo sus
responsabilidades. Deben concentrarse en erradicar el crimen mejorando el
trabajo de los agentes de la ley y abordando sus causas. La rápida «solución»
definitiva de la pena de muerte no contribuye más que otros castigos a disuadir
de cometer crímenes. En cambio, contribuye a incrementar el clima de violencia.
Los gobiernos podrían ofrecer a las víctimas del crimen y a sus familias apoyo
económico y de otro tipo para que puedan rehacer sus vidas destrozadas. En
lugar de ello, algunos ceden a la presión popular y se centran en el castigo,
creando un clima de venganza y brutalidad. Los gobiernos podrían introducir
reformas para erradicar la pobreza, la marginación y la desesperación. En
lugar de ello algunos se apoyan en sistemas judiciales plagados de
deficiencias para remediar las consecuencias de la desesperación de la única
forma que pueden hacerlo: imponiendo castigos durísimos.
La reciente experiencia de Kenia ha demostrado que la pena
de muerte no contribuye a disuadir de cometer crímenes y que puede usarse para
ocultar la renuencia del gobierno a atajar la corrupción y la
pobreza. El parlamentario Kiraitu Murungi afirmó en 1994, durante
un debate sobre la pena de muerte: «Tenemos más robos con violencia
en los años noventa que en 1975, cuando introdujimos la pena de muerte para
este tipo de delito. Si la pena de muerte ha tenido algún efecto, ha sido en
todo caso el de incrementar el número de robos violentos». En 1998 el número de
personas condenadas a muerte por diversos delitos por el sistema judicial
keniano, tristemente famoso por su corrupción generalizada, superaba
las 1.400. En Kenia muchas personas, entre ellas Peter Kimanthi, portavoz de la
policía, han admitido que la pobreza y el desempleo propician el
crimen. Y sin embargo, en lugar de atajar los problemas existentes en la
policía y en el sistema judicial o de abordar las carencias sociales, las
autoridades kenianas siguen confiando en las condenas de muerte obligatorias
para castigar los delitos graves, incluido el robo, impuestas en muchos casos
tras juicios claramente injustos.
"Todas las personas deben tener derecho a la vida. Si
no es asi, el asesino adquiere involuntariamente una definitiva y perversa
victoria moral al convertir al Estado también en asesino, reduciendo de esa
manera el aborrecimiento de la sociedad hacia la extinción deliberada de otros
seres humanos".
Juez Sachs, Tribunal Constitucional Sudafricano, 1.995.
La sociedad no debe tolerar el homicidio premeditado de
personas indefensas, independientemente de lo que estas personas hayan hecho.
Si lo tolera nos condenan a todos a vivir en un mundo en el que la brutalidad
está oficialmente permitida, en el que los asesinos determinan el tono moral y
en el que las autoridades tienen permiso para fusilar, ahorcar, envenenar o
electrocutar a mujeres y hombres a sangre fría.
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